Pensando(nos)

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Para ver(te) quizá un poco más


Cronología de un viaje sin salida

La cuestión suele ser más o menos así.

La persona ha sido lastimada en su infancia por su padre/madre y ha sentido una profunda tristeza (¿quién no conoce esto de alguna manera?)

Luego, más o menos, en su adolescencia, se ha enojado profunda y adolescentemente (¿cómo podría ser de otra manera?) con quienes lo lastimaron. Y, por supuesto, este enojo oculta debajo aquella tristeza. Y, entonces ha protestado, gritado, discutido, odiado. Y ha permanecido enojado así (odiante y adolescentemente) durante un tiempo más o menos prolongado; quizá hasta bien entrada la adultez.

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De enojos adultos y adolescentes


Lo que pasa es que vos aún no te enojaste con tus padres.

- Claro que me enojé. Estuve un montón de tiempo enojada, años; les dije de todo un montón de veces. Pero me cansé, ahora ya los perdoné.

- Sí, te enojaste como adolescente, pero aún no te enojaste como adulta.

- ¿Y vos cómo sabés eso?

- Porque aún esperás su validación. 

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Duelos de la adultez


Son los dos duelos de la adultez, duelos necesarios.
Duelos que duelen.

I
El primero es el más obvio, el que, de alguna manera ya sabemos: El duelo de ya no ser hijo
Porque habitar la orfandad es condición imprescindible para ser nosotros mismos. Por supuesto, hablo de la orfandad más allá de la muerte o no de nuestros padres biológicos, la orfandad de ya no tener alguien que nos diga "está bien" o "está mal".
La orfandad de que ya no haya juez, no haya nota, no haya parámetro más que el que nosotros decidamos que haya.
Y qué difícil.

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El amor a los Padres - Agradecer y Cuestionar


Agradecer y cuestionar. De eso se trata el amor adulto hacia los padres

Porque sólo agradecer me deja fijado a la infancia. Y sólo cuestionar me deja fijado a la adolescencia. Por eso: Agradecer y cuestionar. De eso se trata el amor adulto hacia los padres

Y para ello se necesita darme permiso para habitar mi enojo con mis padres

y soportar la culpa de habitar mi enojo

y soportar la intemperie de la infancia terminada

y soportar no ser el hijo que mis padres hubieran querido tener, pero tampoco lo contrario

y soportar la abismal profundidad de la vida, y preferirla a la intensidad de mis padres (y así no buscar la intensidad de mis padres en la vida)

y soportar que mis padres son sólo personas. Y que yo también lo soy

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El amor a los Hijos - Darle un lugar en mí y sacarlo de mí


Darle un lugar en mí y sacarlo de mí, de eso se trata el amor saludable hacia los hijos.

Darle un lugar o, mejor aún, ser un lugar para que mi hijo pueda quedarse, llorarse ante los "no" de la vida. Ser un lugar y abrazarlo, contenerlo, consolarlo. Decirle "ya va a pasar", "siempre seré para vos", "te quiero para siempre".

Ser un lugar y habilitarlo en lo que es.

Ser un lugar, una casa un hogar.

Un lugar al que pueda volver.

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El amor de pareja


Hay una instancia del amor de pareja en la que,

ni yo estoy para sanar tus heridas

ni vos estás para sanar las mías, pero

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El jardín


Como un jardín La vida

¿Cómo lo siembro? ¿Cuánto? ¿Dónde? ¿Con qué?

Así vamos, transitando nuestro jardín. Transitándolo y viviéndolo a la vez. Cuidándolo, o no. Decidiéndolo; o dejando que los vientos y las lluvias lo decidan por nosotros. Dejando que el sol achicharre los brotes o cuidándolos amorosamente hasta que sean fuertes y puedan crecer sin necesitarnos. O, al menos sin necesitarnos siempre. Y no hablo de los hijos, o no sólo de ellos. Hablo de los vínculos, los proyectos, las casas, el cuerpo... Hablo de nosotros mismos. Y de lo que amamos.

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Felicidad (I)

El problema de asomarnos a la felicidad es que cuando algo de eso (que llamamos felicidad) se da en nosotros, nos damos cuenta de que poco tiene que ver con lo que en general (para no decir "el mercado") se nos vende como felicidad. Porque lejos de lo que imaginamos la felicidad no es aquel "todo bien" que se nos propone sino algo mucho más complejo, sinuoso, de difícil descripción y que, a la vez que nos acerca a la alegría y al amor, nos acerca también a la tristeza y, por qué no, al miedo. Así, el "todo bien" es sólo la felicidad de un niño antes de dormir pensando en el Ratón Pérez o los Reyes Magos, maravillosos momentos de entrañable infancia, tan maravillosos como propios de la infancia. 

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Felicidad (II)

La felicidad no es, como nuestra cultura televisiva (y de manuales de autoayuda) quiere hacernos creer, una emoción similar a la alegría o la euforia; una emoción donde está "todo bien". 

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Felicidad (III)

Una vez que uno ha limpiado mucho (no digo todo, porque no es posible, y quizá tampoco deseable), y tiene una vida bella y básicamente acorde a su deseo y a su realización y la mayoría de los días se levanta a la mañana y sonríe al ver lo que tiene que hacer ese día y con quién lo hará (aunque también algunos días putea al ver lo que tiene que hacer ese día y con quien lo hará); una vez que esto se ha dado, digo, una verdad va emergiendo en nuestra consciencia:

La felicidad adulta incluye necesariamente el duelo de la infancia: Aquello que pensabas que sucedería, no sucederá.

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"La vida es más compleja de lo que parece"

Esperá

De a poco, no es fácil.

Vivir es difícil, sobre todo si uno intenta algo de la conciencia, y de la bondad. De la bondad, pero no de la boludez.

Por eso, no es verdad lo que dicen los genios de la autoayuda.

No es verdad lo de "soltá, dejá fluir, agradecé a todos, perdoná, sé feliz, disfrutá, todo está en tu mente..."

Ojalá la vida tuviera tan poco costo, se pudiera vivir sin pagar impuestos. Ojalá la adultez estuviera plagada de encuentros livianos y sin conflicto.

Pero no.

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Lo artístico en el proceso de sananción

Hay algo del proceso de sanación que tiene que ver con lo artístico.

Porque a medida que vamos sanando, que vamos pudiendo escuchar nuestra herida y curarla (desplegando las mil maneras en las que nuestra herida necesita ser curada, cada vez diferente, cada vez otra) vamos moldeando nuestra vida de la misma manera en la que un artesano moldea su artesanía, un pintor su cuadro o un músico su obra.

Moldeando nuestra vida y ensuciándonos en el moldear, porque en cada creación hay también los callos y las manchas propias de todo lo que amamos.

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No sé qué hacer para que se sienta mejor

Y es así como, en la escena, aquel que se la daba de "me las sé todas" y de "a mí no se me mueve un pelo", de pronto se quiebra y echa a llorar como un niño ante el niño que fue; allí, frente a él, tan a mano y tan lejos a la vez.

Y me mira con ojos muy abiertos y miedo y me susurra pánico "no sé qué hacer para que se sienta mejor".

Y así vamos. Juntos, él y yo. Y todos los que miran desde el círculo que nos iguala, dejándonos deslizar en el llanto mudo.

Porque así son los talleres de Escenas Matrices, así es este encuentro de hermanos que celebramos tres veces por mes y al que por suerte volvimos en agosto después de más de un año y medio.

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Pegaditos a la Vida

La salud no pasa por estar siempre contento, pasa por estar lo más "pegadito" a la vida posible.

Así, en un nivel, cuando la vida trae nacimientos la salud pasa por estar alegres y cuando la vida trae muertes la salud pasa por estar tristes.

Sin embargo, en otro nivel, la salud pasa por habitar que, a la vez, estamos alegres y tristes; porque siempre estamos, a la vez, naciendo y muriendo de alguna manera. Y, además, nacimiento y muerte son movimientos complementarios, que se necesitan y se anhelan el uno al otro.

Porque nada nace si nada muere.

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Zonas dañadas

Hay zonas dañadas para siempre

o casi

o para siempre

o casi

Pero no sabemos la diferencia

ni debemos saberla

ni hace falta

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