De humildades y soberbias
Sábado 15 de febrero de 2025
Humildes, sí. Es bueno ser humildes ¿quién podría dudarlo?
Ahora bien ¿qué significa ser humildes?
(La soberbia en la piel de la humildad)
En general se piensa que ser humildes implica no sentirse más que el otro. Y es obvio, por supuesto, claro que si me siento más que el otro algo se pierde, algo del amor deja de estar allí.
Ahora bien, si siempre me siento menos, si no acepto aquello en lo que sí soy, sí tengo, sí puedo. Si ante el elogio rechazo, evito, me cierro ¿soy humilde?
¿O sólo repito los mandatos aprendidos que me vuelven a asegurar una y otra vez que estoy en falta, que no alcanzo, que no puedo, no llego, no…?
Y, además, si muchos me dicen qué bien que hacés esto y yo sigo insistiendo en que no, que la suerte, que la casualidad, que no tanto, que vos lo hacés mejor, qué… ¿no soy soberbio? ¿No creo saber más yo que todos los que me elogian? ¿No niego al otro y creo que sólo yo tengo razón?
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La humildad
En mi opinión la humildad no es no sentirse más que el otro sino aceptar quién soy. Con lo que aún me falta, sí, pero también con lo que tengo. Aceptar que tengo este título, este logro, esta característica que el otro me elogia.
Aceptar-me. Con lo que no está, sí. Pero también con lo que ya he conseguido.
Y entonces ocurre lo que, en realidad, tiene que ver con la humildad, que al aceptar lo que tengo y lo que aún no también puedo aceptar lo que el otro tiene y lo que aún no. Y es eso lo que permite la sensación de hermandad. De ser hermano del otro. De ser hermano de mi hermano.
Porque la hermandad no tiene que ver con ser iguales, sino con ser pares. Y los pares somos todos diferentes, todos tenemos algo y a todos nos falta algo. Pero nadie es más que el otro.
Ser humilde y permitirme el aceptar lo que aún no tengo y también lo conseguido sin creerme más ni menos que el otro, de eso se trata la hermandad.